martes, 13 de abril de 2010

Presentación Celestina

La Celestina en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
l acoso a gigantes literarios es una manera de saldar las cuentas que tenemos contraídas con ellos. Así, en ocasiones, pensamos poder conjurar el gran respeto —si no miedo— que nos imponen las grandes obras artísticas con actos de desafío y, a veces, de extrema osadía. Y evidentemente lo es éste de no sólo conducir al Parnaso de Internet algo de lo que conocemos —lo que resulta relativamente fácil— sobre la que es hoy, por canónica unanimidad, una de las obras principales de la literatura española y universal, sino también de elevar a ese empíreo —lo que resulta mucho más complicado— un cúmulo de confiados deseos de contribuir a esclarecer lo mucho que todavía ignoramos sobre el autor, el texto (los textos), los contextos, el mundo o la historia, menuda o grande, imaginada o real, que hay detrás de la Celestina. Parafraseando a Calisto, "en tal peligro nos vemos, / [...] / pues que nos pide el deseo / lo que nos niega esperanza" (auto VIII).
Siguiendo con el parafraseo, pero ahora de Fernando de Rojas, si nos llaman "entremetidos" en esta "nueva labor", "aunque no acierten, sería pago de nuestra osadía". Pero posiblemente nos haya decidido al impulso de ese acto de atrevimiento y de ese salto hacia el futuro —futuro impreciso, aunque intuimos que obligatorio— lo que podríamos llamar la fascinación de la paradoja informática, es decir, la atracción ante la posibilidad de que un contenido complejo, el de la obra literaria en algunos de sus testimonios más antiguos y más valiosos, quede encerrado, aunque con la apariencia del cuadriculado de una libreta infantil, entre las paredes del cristal de más grandes dimensiones y más diáfano imaginable, permitiendo así su movimiento libre —como si nadaran dentro de una pecera infinita los folios impresos del siglo XVI en cuarto y en octavo—; facilitando la observación constante, relacionada e inmediata y, a partir de ella, sin mayores trabas, los más rigorosos análisis científicos, en este caso filólogicos.
Naturalmente, a nadie convence ya la excusa de que Internet sea como "el dulce manjar", dentro del que se mete la "píldora amarga", con la que "engáñase el gusto, / la salud se alarga". Parece, sí, aún mágico para muchos este presente al que nos vamos acostumbrando en el que el cálamo del escritor y del estudioso es un teclado de ordenador, en el que no necesitamos pautar para que la tinta se distribuya en renglones sobre las pantallas, y en el que franqueamos las puertas de las grandes Bibliotecas y examinamos algunos de sus tesoros gracias a las sendas que abre expeditas Internet. Pero si hablamos de paradoja informática no es el sentido de artimaña didáctica, sino porque Internet puede ser un receptáculo de una claridad especular, pero puede contener también, como un almacén clandestino, mercancías de contenido delicado y peligroso. Y quizá —y pasando de la tradición textual antigua y moderna a los estudios— con ese grupo de productos prohibidos haya que relacionar una obra que, como sus personajes, ha fascinado desde siempre a los lectores, precisamente porque ha despertado en ellos las reacciones más diversas.
"Libro, en mi opinión, divino / si encubriera más lo humano", decía precisamente Miguel de Cervantes, a propósito de la Celestina. La antítesis de sólo estos dos versos concentra y representa la sensación táctil de filo cortante que nos da, como "instrumento de lid y contienda", en sus aristas, la complejidad celestinesca. En el reproche cevantino quizá captemos el grave acento de quien constata los deslices o tropiezos que podía ocasionar la lectura de la Tragicomedia (los amores juveniles contra los que dice Fernando de Rojas haber encontrado armas defensivas en los papeles que hallara de la primitiva Comedia). Pero también entendemos —como proponía Maxime Chevalier— que Cervantes dejara a su lector, según procedimiento frecuente en sus escritos, la posibilidad de escoger entre dos puntos de vista corrientes en su época sobre la Celestina: libro de intención moral, desde luego; "libro ... divino", en el sentido de edificante. Pero libro también peligroso (y de ahí los ataques de tantos moralistas, metiéndolo a veces en el mismo saco que libros de caballería y ficciones sentimentales, pero siempre con mención específica). Obra ambigua, por tanto, como lo son a la fuerza las grandes obras literarias.
Hay, naturalmente, otras muchas aristas en la intersección de otros planos de la obra. A sus fotografías y análisis se dedica no sólo la sección de estudios de la Biblioteca de obra, sino la de Bibliografía. Puesto que la enorme bibliografía sobre la Celestina, que supera en estos momentos las tres mil entradas, es ya difícil de asimilar, y hasta de catalogar, se hace urgente la revisión metódica, pausada, la selección rigurosa y crítica de la información que llega como aluvión. Pero una serie de cribas, y en especial la del tiempo, permitirán destacar los enfoques más relevantes y los puntos de discusión de siempre u otros nuevos.
Es prácticamente imposible hacer siquiera un elenco de esos puntos en esta presentación. Hemos mencionado, a propósito de Cervantes, el tema de la intencionalidad moral (del didactismo, del pesimismo...) de una obra que declara Fernando de Rojas "compuesta en reprehensión de los locos enamorados". Pero se continuará discutiendo, asimismo, el problema de la autoría, con el auxilio de los nuevos testimonios, algunos de los más valiosos (como los folios del decisivo manuscrito de Palacio) incluidos en esta Biblioteca virtual; o el de la popularidad de este verdadero best-seller y fuente de inspiración para los Siglos de Oro; o el de la magia y la medicina, entre otros muchos.
Y también se continuará aportando elementos de discusión al tema del género (¿narrativo o dramático?) para una obra que fue titulada Comedia, y luego Tragicomedia, y que, desde luego, no puede ser apartada del mundo del teatro, cuya médula vital está en el diálogo y no en la representación (como reconocía uno de los mayores herederos de la Celestina, Valle-Inclán, quien tampoco escribió sus obras teatrales para el teatro de su tiempo); y más elementos al tema de la vulgaridad y la sabiduría (que personifica la sentenciosa Celestina); y al del mundo social (la aristocracia, la servidumbre y el nuevo sistema de relaciones sociales); y al de la religiosidad y la posible heterodoxia (y se discutirá probablemente menos, mucho menos, el de la influencia del judaísmo en la obra); y al de la retórica y el estilo ("dulce cuento" entretejido de "donaires y refranes"); y al de las fuentes literarias; y al del linaje celestinesco; y al de la vitalidad de la obra como clásico en los siglos XX y XXI, empezando por su vigencia en las adaptaciones teatrales modernas.
La Celestina sigue teniendo, tras quinientos años, esas y muchas más aristas o cantones nada definidos, como los de un cristal en bruto. Si proponemos un examen abierto del texto poliédrico, suma de enfoques no determinados previamente, la disparidad de opiniones, métodos y conclusiones será la única guía que imponga coherencia u homogeneidad. Sólo aceptando esa pluralidad la "Biblioteca de obra" se convertirá en biblioteca de consulta, pero también de investigación.
En este hoy fugitivo que vivimos, la Biblioteca Virtual Cervantes facilita generosamente fonda para una reposada parada en el camino crítico de la Celestina; ofrece albergue para la conversación académica, pero sobre todo para la inmersión en una campana de silencio. Paradoja sobre paradoja. Trataremos de mantener una serie de textos, de datos, de informaciones, a la vez que abiertos al público más amplio, en lo posible inmunes a la ruidosa confusión informativa. Porque, frente a precitaciones a las que obligan celebraciones de fastos, o decididamente contra el barullo que producen las improvisaciones de supuestamente ingeniosos ensayos interpretativos, la página de la Celestina pretende alcanzar algo más humilde y grande a la vez. Como un recinto ameno renacentista, como un jardín melibeo pero huerto inconcluso, el portal o página de la Celestina quiere ofrecer —con todas sus posibilidades metamórficas, como si fueran alegres arquitecturas efímeras o sorprendentes fuentes mágicas— un hospedaje excepcional de sobria quietud y un locus para la información, la reflexión y la investigación.
Rafael Beltrán, José Luis Canet y Marta Haro

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